Translation courtesy of Jose Lopez Del Puerto

 

REDESCUBRIENDO VOLAR
Por Sam Buchanan*



(*Sam Buchanan es fotógrafo profesional en los Estados Unidos y ha construido tres aviones. Traducción de
JLP).

Mi amigo y yo, sentados en la cabina del J-3, escuchábamos en silencio los ruiditos del motor al enfriarse.
Dado que yo me hallaba en el asiento trasero, él no podía ver la sonrisa en mi cara al imaginar los pensamientos

que sin duda había en su mente.
Apenas minutos antes, habíamos seguido el serpenteante curso del río Elk por el fértil valle a lo largo de la
frontera Alabama-Tennessee. En la difusa y tibia luz del atardecer, fácilmente distinguíamos el hato de venados
deambulando por las plantaciones de algodón recién aradas y aún húmedas.
A 200 pies sobre el terreno, los bajos del río y el aroma de las colinas adyacentes eran evidentes. Llevábamos,
sin embargo, suficiente altura para pasar sobre una aislada parvada de cuervos sin espantarlos. Cuando el Sol
proyectaba sus últimos rayos oblicuos y dorados en la penumbra de una nueva noche de verano, las ruedas del
Piper Cub besaron suavemente el pavimento de la pista, en uno de los mejores aterrizajes de tres puntos que
he hecho jamás.
¡Qué manera de rematar un vuelo memorable y renovar una valiosa amistad con un colega piloto! Fue un vuelo
de descubrimiento. Ambos lo experimentamos como debe ser... sin radio, autorizaciones, ni espacio restringido.
Sólo dos pilotos en armonía con la atmósfera y su máquina voladora.
Yo había saboreado esta libertad en otros vuelos vespertinos, pero para mi amigo fue una nueva experiencia.
Se había pasado los últimos cinco años volando aviones cada vez más complejos, y se encontraba bastante
arriba en la escalera convencional de la aviación, pero había olvidado la razón primordial por la que deseaba
volar.
Fue un vuelo de redescubrimiento. "Sam -dijo después de unos momentos de silencio- he estado volando
durante cinco años, pero esta es la primera vez que me he sentido flotar." No tuve necesidad de responder,
porque él sabía que entendía perfectamente sus palabras.
Acabábamos de aterrizar en una máquina del tiempo, una máquina que nos había llevado a 1940, sobre
terrenos rurales que no mostraban nada que se opusiera a esa época. El motor Continental sonó como lo
escucharon miles de nuevos pilotos a principios de los años cuarenta, que poco después estarían tras rugientes
motores radiales y seguirían su camino a Alemania. El cabeceo del avión había mantenido nuestros pies
honradamente activos, con la bola de derrape mostrando ocasionales transgresiones, iguales a las que habrán
provocado gritos del instructor al bisoño piloto en 1940.
Fue un vuelo de renovación. Los dos nos percatamos de que lo que más deseábamos en ese momento era que
uno de nosotros diera unos pasos al frente del avión y con un movimiento del brazo impulsara la hélice que nos
llevaría a continuar volando. Pero el Sol se había puesto y ambos teníamos que dejar el vuelo como fue, con
una anotación en la bitácora que no reflejaría las emociones ni los sentimientos vividos.
Quedamos, también, decididos a volver pronto al Cub en otra tarde de verano, en busca del placer del vuelo
simple, sin adulteraciones, que deja una sed de volar que no se extingue. Ambos sabíamos que nunca más
volveríamos a olvidar que volar es un privilegio.
Sé que muchos de ustedes han ido en el mismo vuelo. El avión puede ser diferente, el escenario en otra parte,
pero las emociones y las razones para volar idénticas. Ustedes seguramente conocen también la gratificadora
experiencia de llevar a volar a otro piloto y ver en sus ojos un chispazo al experimentar una dimensión del
vuelo que desconocía. Para él es verdaderamente un vuelo de descubrimiento. Para nosotros, un vuelo de
reafirmación.

Sam Buchanan

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